Era el Día de los Muertos. Desde que tenía uso de razón siempre había sido un día muy especial para ella. Ese día todos en México festejaban y daban culto a la muerte. En cambio en su familia se celebraba por partida doble la vida y la muerte, era el cumpleaños de su madre. Y es que, con su escasos cincuenta kilos de peso, la señora doña Juana era pura energía e irradiaba vitalidad por cada poro de su cuerpo. Así que sus celebraciones del Día de los Muertos eran memorables. Le parecía increíble que ya no estuviera con ella. Un infarto se la había llevado precisamente poco después de su último cumpleaños. Quizás demasiados excesos a sus setenta primaveras. Ahora se dirigía por el anillo de circunvalación hacia el cementerio para limpiar y decorar su tumba. Intentaría que ese día fuera también especial a pesar de su ausencia. En ese momento no sabía hasta qué punto el destino (¿o quizás los espíritus de los muertos?), iban a hacer de las suyas ese día.
Iba enfrascada en sus pensamientos cuando empezó a sonar el móvil. No le gustaba cogerlo cuando estaba conduciendo y de hecho solía ponerlo en silencio para que no le molestara. Sin embargo, ese día se le había olvidado hacerlo y lo sacó del bolso aunque solo fuera para echar un vistazo y ver quién llamaba con tanta insistencia. Cuál no sería su sorpresa al ver una llamada entrante de "La Dama de la Muerte". ¿Estaba soñando despierta? ¿Cómo era posible? ¡Ese era el número su difunta madre!. Sí, a ella le gustaba que le llamasen la Dama de la Muerte por la coincidencia de su nacimiento con el Día de los Muertos y así la había guardado su hija como contacto en el móvil. Un torbellino de emociones y preguntas cruzaron por su mente intentando racionalizar aquella llamada inexplicable desde el más allá. ¿Qué había sido del móvil de su madre? ¿Por qué no se había acordado de él durante todo un año? ¿Alguien quería gastarle una broma macabra ese día? Cómo iba a imaginar ella que realmente quien estaba al otro lado de la línea era la dueña de la tintorería donde había llevado el disfraz que su madre había usado el año anterior en el desfile del Día de los Muertos. Se había encontrado el móvil en un bolsillo, lo había puesto a cargar y había llamado al número que aparecía como Aa en la agenda para avisar. Pero de repente se dio cuenta de que iba al volante sin prestar atención a la carretera. Demasiado tarde, iba a demasiada velocidad para la curva que tenía justo delante. Se quedó paralizada por el terror. Un sudor frío le recorrió la espalda. Y es que en ese mismo momento recordó la última llamada que había recibido de su madre el día de su muerte. Tampoco había podido responder y su madre le había dejado un mensaje en el contestador: "Hola cielo, soy mama, ahorita mismo nos vemos".