martes, 5 de mayo de 2009
Personas ordinarias y extraordinarias (fragmento IV)
- (...) Yo no sostengo en absoluto que las personas extraordinarias deban irremisiblemente y tengan la obligación de cometer siempre todo género de desmanes, como usted afirma.
(...)
Yo aludía simplemente a que la persona “extraordinaria” tiene el derecho... o sea, no un derecho oficial, sino un derecho propio, de saltar por encima de ciertos obstáculos, y aun eso tan sólo en el caso de que así lo exija la realización de una idea suya, en ocasiones salvadora, quizá, para toda la humanidad.
(...)
A mi entender, si los descubrimientos de Kepler o de Newton, por los motivos que fueran, no hubieran podido ser conocidos, sino a costa del sacrificio de una persona... o de diez, o de ciento, de cuantas usted quiera poner... que fueran un estorbo para esos descubrimientos o que se alzaran como un obstáculo en su camino, Newton habría tenido el derecho, incluso la obligación, de eliminar a esas diez o a esos cien personas para hacer llegar sus descubrimientos a la humanidad entera. Lo cual no significa en modo alguno que Newton tuviera el derecho de matar a diestro y siniestro a quien quisiera o de robar a diario en el mercado. Hay más: recuerdo haber expuesto luego en mi artículo que todos... por ejemplo, los legisladores y los rectores de la humanidad, empezando por los más antiguos y siguiendo con los Licurgos, los Solones, los Mahomas, los Napoleones y demás..., todos sin excepción, fueron delincuentes aunque sólo sea por el hecho de que, al promulgar una ley nueva, violaban la antigua venerada por la sociedad y legada por los padres y, desde luego, no se detenían antes la efusión de sangre, si es que la sangre, a menudo totalmente inocente y derramada con valor por la ley antigua, podía serles útil.
(...)
Por lo que se refiere a mi diferenciación de las personas entre ordinarias y extraordinarias, estoy conforme en que es algo arbitraria. Yo sólo creo en mi idea cardinal; a saber: que los seres humanos en general se dividen por ley natural en dos categorías: una inferior (los ordinarios), o sea el material, digámoslo así, que sirve únicamente para la reproducción de su especia, y otra compuesta por los que tienen el don y el talento de decir algo nuevo en su medio.
(...)
- Y... ¿cree usted en Dios? Disculpe si soy indiscreto.
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